El periodista y cronista oficial de València, Francisco Pérez Puche, ofreció el pasado 12 de diciembre una ponencia con una perspectiva única sobre la historia de las riadas de Valencia y la conexión entre periodismo e ingeniería, recogemos a continuación el contenido de la sesión.

Ingeniería y periodismo

— Si quieres, podrías hablar de “lo tuyo”: de las inundaciones.

A mediados de octubre, cuando Eugenio Pellicer me invitó a participar en esta ceremonia de entrega de premios, le pregunté por el tema que le parecía preferible y me señaló, en un marco de entera libertad, la posibilidad de que hablara de las riadas valencianas y la ingeniería. Estábamos muy lejos de imaginar, ni remotamente, que iba a pasar lo que se desencadenó el día 29 de octubre… Ni se nos ocurrió pensar, obviamente, que íbamos a sufrir este zarpazo terrible, con más de 220 víctimas y miles de millones de euros de daños. Todos sabemos que la celebración de este mismo acto ha estado en entredicho a causa del impacto que la tragedia ha causado en la vida valenciana, incluida la actividad de sus universidades.

Sí, Eugenio: las riadas forman parte de mi vida. Cuando me gradué como periodista mi trabajo de fin de ciclo consistió en estudiar cómo Valencia había comunicado al mundo los zarpazos del Turia, cómo había dado noticia al rey e implorado su ayuda, cómo había reparado sus daños, reconstruido sus puentes e informado de la tragedia.

Riadas ha habido siempre. La noticia de la desgracia y la de la reconstrucción se ha movido por correo de postas, por telégrafo o por radio y televisión. Ese trabajo de 1967 marcaría mi quehacer en el periodismo. Y con él, una frase popular: “Hasta aquí llego la riada”. En 1997 y 2007, un libro y dos exposiciones fueron mi aportación a la divulgación de esa trágica relación de Valencia con su rio. Porque se trata de una lucha a vida o muerte en la que Valencia se protegió con pretiles, puentes y muros hasta que, después de 1957, decidió desterrar al Turia a un cauce nuevo. Valencia tiene una “consellería” de obras públicas, la institución llamada “Murs i Valls”, desde la riada de 1358.

Comencé a trabajar en Las Provincias en 1967. Y una de mis primeras tareas fue contar la exposición que se montó en el décimo aniversario de la inundación. Empecé a ser el “chico de las riadas” y procuré asimilar de los redactores mayores su experiencia sobre inundaciones en la redacción de la Alameda. Me enseñaron los tomos antiguos de la colección del periódico que aún tenían entre sus páginas barro del Turia. Conocí las obras del Plan Sur y a los ingenieros de caminos que las construían; estuve en las visitas de los grandes personajes al enorme canal que se estaba abriendo, conté una que parece de leyenda, la del emperador de Etiopía, Haile Selassié…

Digamos que soy tan antiguo, que también asistí a la inauguración de esta Universidad…

«El periodismo y la ingeniería se encuentran en ese punto con gran frecuencia. Cada uno en su terreno, las dos profesiones intentan servir a una sociedad que se ha quedado estupefacta, primero, y por la urgencia de reconstruir la vida después.»

El Turia, el Júcar y los barrancos. Castigadores terribles pero aliados necesarios. Esa relación de amor y odio de los valencianos y sus ríos me fascinó como asunto periodístico que articula una constante de vida. Y pronto entendí que debía acercarme a las fuentes del conocimiento que se encierran aquí, en la Universidad Politécnica y en su Escuela de Caminos. Consulté con el profesor Marco una vez y luego fui invitado a un coloquio por él y por otros maestros.

Quise aprender y encontré muchas posibilidades de hacerlo. La ingeniería es una especialidad de la vida: una forma de estar en el mundo que consiste en observarlo, asimilar su realidad y procurar insertar en él, de la mejor manera posible, las modificaciones que hacen posible las necesidades de la gente. La necesidad de ir y venir, de transportar, navegar, crecer, instalarse, crear ciudades, fabricar, distribuir… Los ingenieros ayudan a hacer compatible la vida de una comunidad en el entorno que el destino les ha asignado.

De esta relación, tan útil para mí, vino después el gesto generoso de Eugenio Pellicer, cuando me incorporó al consejo asesor de la Escuela, algo impensable para el que solo aspiraba a ser un periodista, un divulgador que explica lo que ha ocurrido.

Pero ahí están las riadas. Los excesos de la naturaleza y los fallos en las previsiones. Las necesidades de crecimiento y de seguridad. El periodismo y la ingeniería se encuentran en ese punto con gran frecuencia. Cada uno en su terreno, las dos profesiones intentan servir a una sociedad que se ha quedado estupefacta, anonadada por el dolor y el golpe moral y económico, primero, y por la urgencia de reconstruir la vida después.

Este acto se ha retrasado en el calendario un mes. Estamos a seis semanas de la inundación y hemos pasado el primer golpe. Pero todavía estamos cumpliendo el ciclo que señala el manual de las inundaciones terribles: salimos del estupor, pero todavía quitamos barro. Y nos duelen, como el primer día, las víctimas que nos ha arrebatado el agua…

Hemos visto el ejemplar comportamiento de una generación joven que creíamos aletargada por los videojuegos y los móviles. Los jóvenes han dado una lección a sus mayores: uno de los pocos consuelos que se nos brindan reside en comprobar que no les educamos tan mal como temíamos. Una llamada a los periodistas: ¿es verdad que la idea matriz de esa ruta solidaria nació aquí, de un par de alumnos de esta Universidad?

Ahora ha comenzado la fase de reconstrucción económica. Toca recuperarse y empezar a construir lo que nos cobijó. Como siempre, como hace cien mil años: las paredes, el techo, la cabaña, el cobertizo… Subir la choza a un nivel más alto sobre el cauce, ponerle mejores defensas.

¿Qué experiencias podemos extraer de lo que hasta ahora hemos visto y hemos hecho? Hay una que es sustancial para mí. Sobre esa línea elemental de la vida de unos seres humanos que se cobijan bajo un techo y se abrazan para soportar mejor la adversidad de la naturaleza, sigo viendo dos oficios, intensamente humanos, que nacieron de manera natural: el periodismo y la ingeniería civil.

Estamos en la fase de reposición y reclamación de infraestructuras. Y resulta que ingeniería y periodismo se vuelven a encontrar, para ver qué falta y cómo se han de hacer las cosas para que el desastre sea más raro o, si eso fuera posible, que no se repitiera jamás.

Es quizá el momento de recordar que aquel río castigado al destierro tuvo un nuevo cauce, estrenado ya con una riada moderada en 1971. Era una obra grandiosa, concebida para albergar grandes avenidas. Se calculó que una avalancha de agua como la de 1957 solo volvería a presentarse cada 500 años… Pero esta, que ha sido más o menos de la mitad, ha llegado solo 68 años después… Algo puede que esté ocurriendo.

En todo caso, ese nuevo cauce permitió a la ingeniería grandes soluciones prácticas: se dispuso una nueva red de accesos y ferrocarriles, nació una enorme ampliación del puerto a costa de la playa de Nazaret y las riberas del nuevo rio se transformaron en una vía fundamental, la V30, que tiende a comunicarlo todo por el sur de la gran ciudad.

Habrá que anotar también que, en 1985, terminado lo fundamental del nuevo alcantarillado y de la red de depuración, el Turia viejo dejó de llevar aguas fecales. O sea que se pudo abordar el propósito de transformar el viejo cauce del Turia en un parque como la nueva generación de valencianos estaba reclamando desde los años setenta. En 1976, el rey Juan Carlos dio la propiedad del rio a la ciudad y en 1987 inauguramos el primer tramo del parque, frente al Palau de la Música.

Hay que advertir que las previsiones hechas en 1961 por la Ley del Plan Sur siguen abiertas. Ni está terminada la nueva red ferroviaria ni se ha concluido el parque Central. Tampoco hemos logrado que el jardín del Turia comunique con la playa y el puerto como es necesario y natural. Y lo que es más importante aún: suponiendo que estén resueltos los desafíos del Turia, aquí siguen abiertos los del Magro y el Júcar y, sobre todo, los de esa red de barrancos, del Poyo-Torrente-Catarroja, que siguen siendo una gran amenaza, un reto, en tanto que matan y destruyen, aunque habitualmente los veamos idílicamente vinculados al parque natural de la Albufera, otro bien que nos ha dado el destino… pero cuajado de complicados problemas.

¿La ingeniería sigue teniendo mucho que decir, ahí, o no lo tiene?

Como se está empezando a ver, todo lo que se hizo en el entorno del Turia, la solución sur y el Plan Sur, no estará completo hasta que no se logre integrar, de manera homogénea, a las poblaciones que ahora han sufrido este doloroso golpe. No se trata de ríos, sino de cuencas completas. Y no hablamos de ciudades sino de conurbaciones metropolitanas que se mueven y viven al unísono.

El gran cambio que Valencia se propició después de su gran riada siguió reclamando la presencia de ingenieros y periodistas. En ocasiones, los asuntos a debatir son de tan gran calado que se podría decir con ironía que no hay que dejarlos en manos de los políticos. “Son asuntos nuestros”, podríamos presumir, orgullosamente, desde nuestras profesiones.

Porque resulta que ingenieros y periodistas hemos dado, a lo mejor sin darnos cuenta, varias batallas históricas juntos. Dimos la batalla del Plan Sur y hemos dado, seguimos dando, la de la ampliación del puerto. Dimos la batalla de la Nacional 3, la del by pass y la del AVE. No es posible evocar al detalle cómo estaba Valencia y como hubo que pelear para cambiarlo todo en los últimos 50 años. La circulación del Mediterráneo pasaba por aquí al lado, por el Camino de Tránsitos, desde la avenida de Aragón hasta Peris y Valero. ¿Lo recordáis los más mayores? La prensa bramaba, señalaba el peligro de los camiones con mercancías peligrosas y bautizó la ruta como “La Senda de los Elefantes” o el “Semáforo de Europa”.

«La ingeniería es una especialidad de la vida: una forma de estar en el mundo que consiste en observarlo, asimilar su realidad y procurar insertar en él, de la mejor manera posible, las modificaciones que hacen posible las necesidades de la gente.»

El debate del puerto requeriría muchas conferencias y ruedas de prensa. Ahí lo tenemos para trabajarlo con calma. Es preciso proteger la Albufera y su entorno de ese puerto orgulloso y solemne. Pero ahora, solo ahora, podemos preguntarnos quién es más peligroso para el lago ¿el puerto que se amplía o el barranco del Poyo que se desborda? Es indiferente: periodismo e ingeniería han de ayudar a los políticos a encontrar soluciones. Para un puerto, fuente de riqueza y empleo, que ya en 1850, en cuanto se inauguró el ferrocarril, empezó a llamarse “el puerto de Madrid”.

Al final, con mucho retraso, se construyó por entero el By Pass. Esa potente obra de ingeniería que ahora ha quebrado con toda facilidad el maldito barranco que siempre se presenta seco. Esa obra que estamos multiplicando por tres, desde luego con retraso, porque daba evidentes signos de agotamiento.

Los políticos siempre llegan tarde. Los políticos se entretuvieron en la batalla de las Hoces del Cabriel, dirimieron sus tensiones sobre asuntos primordiales y retrasaron la solución de la autovía que tenía que sustituir a la Nacional III. Es ahí donde aparece, brillante, la estela profesional de un hombre, Juan Arizo Serrulla, que se hizo ingeniero en esta Escuela y aquí dio el fruto de sus conocimientos. Él es el autor, entre otras muchas, de una obra sustancial: el viaducto de Buñol, que hizo posible la terminación de la A 3 como una vía eficaz y moderna.

Juan Arizo nació en 1957, precisamente, y falleció en junio de 2004. Demasiado pronto y demasiado bruscamente. Su experiencia nos hubiera sido de gran utilidad en las batallas valencianas por las infraestructuras. Su tarea nos sirvió para encontrar soluciones. Y su legado, tanto las enseñanzas como los frutos de la Fundación que lleva su nombre, han de seguir siendo un acicate, una llamada para que nuevas generaciones de ingenieros se incorporen a una profesión que yo he visto siempre humana, en tanto que sirve, acompaña y salva a las personas.

En la obra que Francisco de la Torre escribió para resumir las fiestas celebradas cuando se fundó la capilla de la Virgen de los Desamparados aparece un jeroglífico muy de los que estaban de moda en el siglo XVII. En él vemos una ciudad amurallada que se levanta sobre el agua. Es Valencia. Y en este caso está asistida por los rayos que emite una paloma, el espíritu del conocimiento. A los pies hay una leyenda

Si sobre golfos de luz /

sacra Hydrópolis se erige/

¿cómo puede en sus cimientos/

haver sombra, horror o eclipse?

Es la terrible pregunta que todos nos hemos hecho en estos días de tragedia. Y solo tengo una respuesta: es la que me lleva a reafirmar mi fe sobre “nuestras” dos profesiones. Una es el periodismo, el periodismo de calidad no el de cotilleo, obligado a contar las noticias y propiciar una reflexión sobre lo sucedido; la otra, evidentemente, sigue siendo la ingeniería, llamada a explicar lo que ha sucedido, cuáles han sido nuestros errores y dónde están las soluciones. Ingeniería y periodismo, de la mano, en un contexto de reflexión y reconstrucción. Si Joaquín Costa dijo aquello, tan sabio, de “Escuela y despensa” ¿qué estamos esperando?

Enhorabuena a los premiados y, una vez más, gracias por permitirme estosminutos, para mí inolvidables.